viernes, 1 de octubre de 2010

Eduardo Commisso: Un ídolo en la oscuridad

En el fútbol hay dos clases de jugadores: están aquellos que sólo corren, jadeando por la vida, desplegando sudor por todo el campo sin derecho a cansarse o a equivocarse. Ellos siguen siendo la envidia del barrio, porque salen en los diarios, en las radios, las mujeres suspiran por ellos y los niños los imitan para parecérseles aunque sea por un segundo.
Por otro lado (y es aquí donde quiero extenderme, ya que el entrevistado pertenece a esta clase) se encuentra el “ídolo”.  ¿Qué se necesita para ser uno de ellos? El ídolo es aquel que, desde que comienza a caminar, ya sabe jugar, ése al que la pelota lo busca, lo necesita y que con ella a sus pies consigue grandes cosas. Pero él sólo pertenece a esta escala por un rato nomás, porque cuando al pie divino le llega la hora de la mala pata, la estrella termina su viaje. A veces no se cae entero y muchas otras, cuando se rompe, la gente devora sus pedazos, y el hombre que tantas veces escuchó corear su nombre en infinidad de estadios debe resignarse al simple anonimato.
Esto no quiere decir que sea infeliz o que jamás vuelva a sentir la felicidad que alcanzó en ese espacio de su vida, pero la mayoría de las veces le cuesta mucho despegarse de su pasado glorioso. Éste no es el caso de la persona con la que me junté a hablar en un café, para que me cuente de su vida, de sus experiencias, del presente tranquilo en el que vive y de sus proyectos futuros.
Su historia comienza el 29 de julio de 1948 en el barrio de Avellaneda, donde nació un niño al que sus padres decidieron llamar Eduardo Antonio Commisso y que, desde ese momento, decidió que sería futbolista: “Yo vivía mañana, tarde y noche para el fútbol. Para mí otra cosa no existía. Era una obsesión”, dijo Commisso al hablar de sus comienzos. Doce años pasaron para que este chico, entrando ya en la adolescencia, comenzara su carrera deportiva en el que sería, y es aún hoy, el club de sus amores, Independiente de Avellaneda. Pero cuando cumplió 15 años empezó a necesitar dinero para trasladarse y sustentar sus gastos: “Ahí fue cuando empecé a laburar, y entrenaba y laburaba hasta que dije “basta” porque el físico no me daba más. Entonces fui a hablar con la Comisión Directiva de Fútbol Amateur y le pedí unos viáticos. Ellos se juntaron y decidieron dármelos, entonces decidí que ese era mi futuro, esa iba a ser mi profesión”, agregó.
Así pasaron algunos años de entrenamiento hasta que un día le llegó una oportunidad inesperada: “A los 17 años yo tenía un técnico que se llamaba Mario Imbellioni y con Cacho Jiménez, eran los técnicos del seleccionado juvenil Sub 20. Me acuerdo que me fueron a buscar a mi casa para ver si quería ir a jugar a la selección. Era un sueño para mí, no lo podía creer”, explicó el entrevistado con una sonrisa en su rostro. De esta manera, en Asunción de Paraguay, se consagró campeón del Sudamericano Sub 20 de 1967 y cosechó el primero de muchos torneos que se avecinaban.
De vuelta en su club, Commisso seguía entrenándose para conseguir un lugar en la primera, que llegaría el 6 de septiembre de 1969, cuando debutara nada más y nada menos que contra River Plate, en el estadio de Racing:                     ”¿Sabés lo difícil que era marcar a Pinino Mas en el debut?”, rezongó, a pesar de la felicidad con la que hablaba.
Y así llegó a primera y empezó a sumar partidos, triunfos, empates y algunas derrotas, pero lo que más importaba también lo empezó a sumar: títulos. Uno atrás del otro, llegaban como en estampida. Este joven de Avellaneda salió campeón del Metropolitano del ‘70 y del ‘71, de la Copa Libertadores del ‘72, ‘73, ‘74 y ‘75, de la Copa Interamericana del ‘72 y ‘74, y por último, de la Copa Intercontinental de 1973, derrotando a la Juventus de Italia, en Roma, por 1 a 0 con el gol de otro ídolo con el que compartía equipo: Ricardo Bochini.
Estos años dorados fueron los mejores de su carrera y los mejores del club: “Nosotros jugamos miles de partidos en nuestra cancha por la Libertadores y no perdimos uno. Al que quería jugar de igual a igual lo pasábamos por arriba, lo matábamos. Era nuestro lugar y lo defendíamos con la vida”, explicó el lateral derecho mientras enumeraba algunas de las claves de tantos éxitos. Y agregó:”Nosotros jugábamos por la camiseta, éramos todos de las inferiores, toda gente del club”.
Pero su historia deportiva no terminó en ese momento. En 1975 se fue al Hércules de España para conocer el fútbol europeo. Jugó tres temporadas completas y logró que el club se mantuviera en la primera división y decidió volver al país. Una vez de vuelta, tuvo un breve paso por Chacarita y terminó su carrera en Estudiantes de La Plata y sin poder volver a jugar en el club de sus amores.
Después de su retiro, decidió alejarse del mundo del fútbol y se fue a vivir a Mar del Plata con su esposa “por cuestiones de negocios”, según dijo entre risas.
”Ahora con el fútbol lo único que hago es mirar la tele, amargarme con el rojo por la desgracia de ser fanático de Independiente”, expresó Commisso con bronca por el presente de su equipo.
Sin duda, este gran jugador, criticado muchas veces por no sobresalir, era, es y será siempre un ídolo para la gente y, si alguna vez pretende reintegrarse en el ambiente del fútbol todos deberían abrirle las puertas sin pensarlo, porque esta clase de jugadores no merece nunca estancarse en el olvido, no merece nunca ser “un ídolo en la oscuridad”.

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